Manías

Manías

El elemento manía, escrito al final de una palabra, significa inclinación excesiva, impulso obsesivo, hábito patológico o afición apasionada. Puede tener un grado enfermizo, o en algunos casos, ser simplemente un gusto un tanto extravagante.

La palabra manía viene del griego mania, que significa furor o locura. De ahí que maniaco (o maníaco, al gusto) sea el que tiene una manía o está loco.

Otra palabra emparentada con manía es manicomio,  que viene de manía y el también griego komein, que significa cuidar. Es decir, donde se cuida a los locos.

Eso sí, no debe confundirse la terminación manía con la terminación filia, que viene del griego filia, amistad, y significa afición o simpatía.

En el Diccionario encontramos varias clases de manías, pero no significa que no haya otras. Aquí te las comparto:

  • Dromomanía es la inclinación excesiva u obsesión patológica por trasladarse de un lugar a otro. Del griego dromos: carrera.
  • Teomanía es la manía que consiste en creerse Dios. Del griego teos: dios.
  • Dipsomanía es lo mismo que alcoholismo: abuso en el consumo de bebidas alcohólicas. Del griego dipsa: sed.
  • Erotomanía es la enajenación mental causada por el amor y caracterizada por un delirio erótico. Del griego eros: amor.
  • Empleomanía es el afán con que se codicia un empleo público remunerado.
  • Megalomanía es el delirio de grandeza. Del griego megas: grande.
  • Cleptomanía es la tendencia obsesiva a hurtar, que significa apropiarse de lo ajeno sin intimidación ni violencia. Del griego kleptein: robar.
  • Lipemanía es lo mismo que melancolía en su sentido médico: monomanía en que dominan las afecciones morales tristes. Del griego lipe: tristeza.
  • Monomanía es la obsesión por una idea determinada. Del griego mono: uno, único.
  • Grafomanía es la manía de escribir libros, artículos y demás. Del griego graphein: escribir.
  • Cocainomanía es la adicción a la cocaína.
  • Demoniomanía, de preferencia demonomanía, es la manía que padece quien se cree poseído por el demonio. Del griego daimonion: divinidad inferior.
  • Tramitomanía es el empleo exagerado de trámites. Del latín trames: camino.
  • Ninfomanía, llamado en medicina “furor uterino”, es el deseo violento e insaciable en la mujer de entregarse a la cópula. Del griego nymphe: recién casada.
  • Musicomanía, o de preferencia, melomanía, es la afición apasionada por la música. Del griego melos: canto con acompañamiento de música
  • Toxicomanía es el hábito enfermizo de intoxicarse con sustancias que procuran sensaciones agradables o quitan el dolor. Del griego toxicon: veneno.
  • Mitomanía es la tendencia enfermiza a desfigurar la realidad, engrandeciéndola, o tendencia a mitificar personas o cosas. Del griego mythos: fábula, leyenda.
  • Bibliomanía es la pasión de tener muchos libros raros o sobre un ramo en especial, más por manía que por instruirse. Del griego biblion: libro.
  • Hipomanía es la afición desmedida a los caballos. Del griego ippos: caballo.
  • Piromanía es la tendencia enfermiza a provocar incendios. Del griego piro: fuego.
  • Anglomanía es la propensión a imitar las costumbres inglesas o a emplear anglicismos. Del latín anglo: inglés.
  • Nosomanía es la creencia no justificada de que se padece una enfermedad. Del griego noso: enfermedad.

En cualquier caso, para referise a la persona que tiene alguna (o algunas, nunca se sabe) de estas manías, usamos la terminación mano: mitómano, pirómano, melómano…

Fuentes: 1, 6, 11, 17, 18, 20

Palabras desde el Olimpo

Palabras desde el Olimpo

Todos andamos muy felices y emocionados por las Olimpiadas, y así como veremos muchos clavados, nosotros haremos lo propio para conocer de dónde viene esa palabra y qué relación puede tener con algo tan distante como una pantera o la altanería.

Viajemos en el tiempo, siglos antes de Cristo, hasta el monte Olimpo, el más alto de Grecia, donde se supone que moraba la crema y nata de los dioses de la antigüedad, encabezados por Zeus.

Olimpo viene del griego hololampos, constituido por holos, que significa todo o entero, y lampo, traducido como lucir, brillar, resplandecer. O sea que el Olimpo es: todo brillante, todo luminoso.

Del viejo lampó llegaron a nosotros palabras como lámpara, que alumbra; relámpago, que resplandece, y de acuerdo con una vieja tesis, lampiño, porque la falta de pelo hace que la piel luzca.

Volvamos al Olimpo y a la cercana ciudad de Olimpia, cuya enorme vocación religiosa llevó a que el 19 de julio del 776 a.C. se instauraran juegos deportivos en honor a los dioses que vivían en el Olimpo, llamados por esa razón Juegos Olímpicos.

Eso de llamarles Olimpiadas ya fue cosa nuestra. Para los antiguos griegos, una olimpiada era una medida de tiempo equivalente a cuatro años, que además de determinar la realización de los Juegos Olímpicos, se usaba para todo en general, hasta para la edad.

Olimpiada se formó a partir de Olimpia y la terminación ada, que entre otras funciones tiene la de crear una idea de duración, como sucede en palabras como temporada, jornada, tardeada y otoñada.

También llamada tetraeteris griega, la olimpiada como medida de tiempo se usó por casi 11 siglos, y la manera de expresarla era: el año primero (o segundo, o tercero, o cuarto) de la olimpiada tal.

En pocas palabras, los Juegos Olímpicos se hacían en honor de los dioses del Olimpo y se realizaban en Olimpia cada olimpiada.

Cuando nosotros resucitamos esa práctica, hace poco más de un siglo, nos dio por llamarles Olimpiada, e influidos por el plural de Juegos Olímpicos, también les decimos Olimpiadas.

Sea en plural o en singular, es igual de válido, e incluso si lleva o no un acento que la Real Academia Española le ha puesto y quitado infinidad de veces en las ediciones del Diccionario, hasta que se zafó de problemas para dejarlo en “olimpiada u olimpíada”. Y todos felices.

Pero eso sí, que quede claro: los juegos no eran para todos los dioses, sino nada más para los olímpicos, es decir, los que vivían en el Olimpo, que eran Zeus y sus más allegados, como Poseidón, Afrodita, Apolo y Atenea.

Si en una expresión queremos abarcar a todos los dioses, entonces debemos referirnos al panteón griego, derivado de pan, todos, y theos, dioses, del mismo modo que panacea es lo que cura todo; panorama, la vista de todo, y pantera, toda fiera.

Bueno, y a todo esto, cuando alguien nos ignora olímpicamente, ¿qué significa? Facilito: el Olimpo es el lugar más alto de Grecia, literal y figuradamente, de ahí que se use esa comparación para referirnos a una actitud altiva o altanera.

Es por eso que olímpicamente suele usarse con verbos que expresan indiferencia y que una de las acepciones de olímpico sea “altanero, soberbio”.

Y de superreciente creación tenemos olimpiceno, una molécula que científicos de Inglaterra y Suiza lograron sintetizaron y fotografiar, y que está formada por cinco anillos, por lo que decidieron ponerle ese nombre en honor de los Juegos Olímpicos Londres 2012.

Terminemos con la palabra estadio, derivada de una carrera olímpica de 183 metros que los griegos llamaban stadion, y con gimnasta, derivada de gymnos, y que significa desnudo, ya que los atletas usaban poca ropa con el fin de tener mayor libertad de movimiento.

Fuentes: 1, 2, 5, 6, 10, 11, 18.

Hacer la barba

Si eres de los que anda revoloteándole al jefe, sirviéndole cafecito y diciéndole lo bien que luce todo el tiempo, seguro no te escaparás de la crítica de tus compañeros, quienes no tendrán empacho en decirte que ya dejes de hacerle la barba o que no seas tan barbero. “Hacer la barba” es lo mismo que afeitar o arreglar la barba, y el hecho de que usemos esa frase coloquial para decir que se está adulando o tratando de complacer a alguien por puro interés, se entiende por sí solo con este antiquísimo refrán español: “háceme la barba y hacerte he el copete”.

Luna llena… de curiosidades

Por Zazil-Ha Troncoso

Ah pero qué bonita es la luna, ¿a poco no? A todo el mundo le gusta, y cuando vemos que está redonda, hemos de mostrar nuestra fascinación y dedicar un rato a contemplarla embelesados.

Luna es una palabra que conservamos tal cual se decía en latín. En el primer Diccionario de la Real Academia Española, de 1734, se le definió como “el menor de los dos luminares que puso Dios en el cielo para que presidiese a la noche”.

Se le llama luminar a los astros que despiden luz, por lo que a la Luna se le llamaba el luminar menor, y al Sol, el luminar mayor, y como se puede ver, eran los tiempos en que las definiciones del Diccionario estaban muy influenciadas por la religión católica.

En la actualidad, a la Luna se le define, simplemente, como el único satélite natural que tiene la Tierra, y en ese sentido, debe escribirse con mayúscula inicial.

Por su origen, la palabra luna se relaciona con luminoso, luz, lucir y lumbre. Y de ella derivan otras como lunes, que es el día de la Luna, y lunar, por la forma de esta mancha en el cuerpo y porque se creía antiguamente que este astro, el favorito de la poesía, era culpable de su existencia.

También hablamos de alunizar cuando una nave o un hombre pisan la Luna y le decimos lunado a lo que tiene forma de media luna, mientras que en la naturaleza tenemos al pez luna, también conocido como troco, rueda, rodador o mola mola, llamado así por su impresionante parecido con el famoso luminar.

¿Y qué decimos de aquellos que andan de buenas, y de pronto se vuelven insoportables? Que son unos lunáticos, asociando su temperamento con lo cambiante de la luna.

Tan arraigada estaba la creencia de que ella era la culpable, que el mencionado primer Diccionario decía que el lunático era “el loco cuya demencia no es continua, sino por intervalos que proceden del estado en que se halla la luna”.

Y precisaba que “cuando está creciente, se ponen furiosos y destemplados, y cuando menguante, pacíficos y razonables”. Qué tal.

Otros términos relacionados con la Luna los heredamos del griego selene, de donde surgió selenio para el elemento químico, así como selenografía, parte de la astronomía que trata de la descripción de la Luna, y selenita, un supuesto habitante de nuestro satélite.

Pero vámonos mucho más atrás, a los tiempos anteriores al latín y al griego, cuando predominaba la lengua indoeuropea y a la luna se le llamaba men o mon, lo que dicho sea de paso, explica que en inglés se llame moon.

En esos tiempos, así como el sol marcaba el día, como hasta ahora, el ciclo lunar definía el mes, de ahí que en el idioma indoeuropeo, a este lapso también se le llamara men, igual que a la luna.

Siglos pasaron y del indoeuropeo surgió el griego, idioma en el que a la luna y al mes se les siguió llamando men, mientras que en latín evolucionaron a mensis (sí, ya sé lo que están pensando).

Pero usar la misma palabra para dos cosas diferentes era confuso, así que se tomó una decisión tajante: griegos y latinos rebautizaron a la reina de la noche como selene y luna, respectivamente. Ambas significan “la luminosa”.

Y dejaron men y mensis para referirse a ese lapso que hoy llamamos mes, aunque su antiguo significado de luna dejó huella en palabras como menisco (por la forma que tienen) y neomenia (luna nueva).

Pero también obtuvimos palabras como mensual, menstruación, menopausia y medida, que viene del latín mensura, puesto que el mes lunar era la principal medida de tiempo en la Antigüedad, lo que nos lleva a parientes lejanos como dimensión e inmenso.

Me despido con un detalle muy simpático: en nuestras uñas tenemos manchas que nos remiten a las tres raíces -indoeuropea, latina y griega- relacionadas con la luna.

Del griego selene viene selenosis, es decir, esas manchitas que luego nos salen en las uñas, también llamadas coloquialmente mentiras, aventuro que es palabra derivada del indoeuropeo men, mientras que del latín luna derivó lúnula, esa semiluna que tenemos en el nacimiento de las uñas.

Fuentes: 1, 5, 10, 11, 12, 18.

 

Los mocos

Pleno invierno, diferente país, otros aires y frecuentes cambios de temperatura. Una mezcla que tarde o temprano te tumbará en la cama para librar una batalla contra su más visible manifestación: los mocos.

Menos mal que nacimos en esta época y entendemos que moco es ese humor -líquido de un organismo vivo- que segregan las membranas mucosas, y especialmente el que fluye por la nariz, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia.

Pero en su primera edición, de 1734, se pensaba que el moco era un “excremento pituitoso, o superfluidad del cerebro, que sale por las ventanas de la nariz”.

En esos ayeres, excremento era cualquier materia que por “inútil y asquerosa despiden de sí los cuerpos”. Y pituitoso, lo que se parecía a la flema.

Cierto es que cuando uno anda con alergias, gripas y demás, no se puede pensar en nada, pero de ahí a que se nos seque el cerebro, por fortuna hay mucha distancia.

Fuentes: 1, 5