Independencia

Independencia

La Independencia es una de las fechas más conmemoradas en América y la palabra tiene un origen sumamente figurativo, como lo expresa el verbo que constituye el núcleo del vocablo: pender, que viene del latín pendere, que significa colgar, pesar.

De esa idea se originaron palabras como péndulo, que está colgado; suspenso, que está en el aire, es dudoso; a expensas, que representa un peso para otro, o como decimos, a sus costillas.

También tenemos pensión, es decir, un peso, una carga, para un Estado o empresa, y apéndice, que cuelga, como sucede con esa inútil prolongación que tenemos al final del intestino grueso.

De pender y la idea de pesar viene también pensar, puesto que cuando uno piensa, le da peso a las cosas, a las situaciones, a las personas, para obtener una idea, una propuesta, una reflexión, una postura.

La estrecha relación entre pender, pesar y pensar se aprecia en palabras como sopesar y ponderar, que significan dar valor a algo, determinar su peso, lo cual hacemos mediante el acto de pensar.

Tenemos, pues, bastante entendido lo que es pender, al que ahora antepondremos la partícula de para obtener la palabra depender, que significa estar bajo la influencia o autoridad de algo o de alguien.

En este caso, la partícula de tiene la finalidad de reforzar el sentido de la palabra, como pasa también en otras como demostrar, devoto y denominar.

En resumen, si pender significa, en el contexto de lo que era nuestra relación con España, estar subordinados a ella, colgados de ella, entonces depender implica que ese vínculo es muy fuerte. Bueno, tanto, que para deshacerlo se necesitó una guerra.

Ahora agreguémosle a la palabra depender la terminación ncia, que se usa para dar la idea de un estado permanente, una calidad duradera, como se aprecia en fragancia, ignorancia, constancia, penitencia, y nuestra palabra obtenida, dependencia.

Falta agregarle una partícula más, in, que significa negación. Dicho de otro modo, cuando los países de América colonizados por España decidieron ya no estar subordinados a otro gobierno. Claro que esto puede ser muy relativo, pero esa esa es harina de otro costal.

Lo que sí llegó para quedarse fue nuestro maravilloso idioma español, ¿a poco no?

Fuentes: 1, 10, 18, 22.

¿De dónde vienen las ¡exclamaciones! y las interrogaciones?

¿De dónde vienen las ¡exclamaciones! y las interrogaciones?

¿Te gustan los signos de interrogación y exclamación? A mí me encantan. Es más, ¡los amo! Claro que de pronto se nos ponen dificultosos, especialmente al combinarlos con otros signos.

Relata la nueva Ortografía de la lengua española que el signo de interrogación nos lo dejaron los carolingios y solo se usaba el de cierre tanto para las frases interrogativas como para las exclamativas.

En el Tesoro de la lengua española, de 1611, no aparecía como interrogación, sino como interrogante, y su descripción se limitaba a “la señal que se pone en la escritura para que se entienda la cláusula interrogativa”.

Más tarde, en el primer Diccionario de la Real Academia Española, de 1734, dice que se pone la interrogación “al fin de la razón, no al principio”, y que el signo se forma “con una s vuelta al revés y un punto debajo en esta forma ?”.

Es hasta la edición del Diccionario de 1884 cuando se establece que es “un signo ortográfico (¿ ?) que se pone al principio y fin de la palabra o cláusula en que se hace pregunta”.

El signo de exclamación lo desarrollaron los humanistas italianos en el siglo XIV. Dicho sea de paso, ellos también son los creadores de los paréntesis y de ese signo tan difícil de entender: el punto y coma.

La exclamación llegó a los tratados de ortografía del idioma español tres siglos después, en el XVII, pero persistía la costumbre de usar la interrogación también para las frases exclamativas, así que todavía tardó un tiempo en arraigarse.

A donde sí se tardó en llegar su reconocimiento como signo fue al Diccionario de la Real Academia. Y cuando digo que se tardó, es en serio: hasta la edición 23, que saldrá en 2014, se incluye que es un signo ortográfico.

Porque, claro, exclamación ya existía desde el primer Diccionario, pero solo como “el acto de clamar y levantar la voz, prorrumpiendo en palabras y expresiones de sentimiento, pena y aflicción, u de otros afectos, dando voces para incitar y mover los ánimos”.

Claro que hay una explicación para ello, pues al signo de exclamación también se le llamaba de admiración, entendida esta palabra en 1611 como “pasmarse, y espantarse de algún efecto que ve extraordinario, cuya causa ignora”.

Es para el Diccionario de 1726 cuando se hace la primera referencia ortográfica para la palabra admiración: “se llama una nota, que en el periodo significa el efecto de la admiración, y se escribe con una i vuelta al revés: como Oh cuán bueno es Dios!”.

Y para la siguiente edición, la de 1770, además de precisar mejor la forma del signo, al que todavía llama nota, consigna que “de algún tiempo a esta parte se acostumbra poner inversa así (¡) antes de la voz en que comienza este sentido y tono, cuando los periodos son largos”.

El reconocimiento como signo doble llegó al Diccionario en 1884, para perderlo en la citada próxima edición 23, donde se oficializa que admiración deja de ser un signo ortográfico y remite a la palabra exclamación, que ya adquiere ese nuevo significado.

¿Mucho rollo? ¡Vamos al grano! Aquí les dejo todo (creo) lo que necesitan saber sobre los signos de interrogación y exclamación. Y si no, ¡pregunten!

  • A diferencia del pasado, o de otros idiomas como el inglés, los signos de interrogación y exclamación son dobles, así que se deben abrir y cerrar: ¿Entendieron? ¡Qué bueno!
  • Solo se usa un signo de cierre de interrogación o exclamación entre paréntesis cuando se quiera dar un sentido irónico, o por el estilo: Le gustan las papas con miel (?) y las palomitas. Las come por kilos y dice que se queda con hambre (!).
  • Para darle mayor fuerza a una exclamación o interrogación, se puede usar doble o triple signo, pero no más: ¿¿¿Qué te pasó???
  • Cuando una expresión es interrogativa y al mismo tiempo exclamativa, se pueden combinar los signos, siempre que se abra y se cierre con el mismo: ¡¿Qué te pasó?!
  • También se puede abrir con un signo y cerrar con otro: ¿Qué te pasó!
  • Los signos de exclamación e interrogación pueden ir junto a cualquier signo, menos el punto, puesto que lo trae incluido el signo de cierre: ¡No vino “naiden”! Ni su hermano, ¿puedes creerlo?
  • Solo si los paréntesis o las comillas encierran una frase con signos de interrogación o exclamación, debe ponerse punto: Se quedó sin trabajo (¡auch!). Dijo, tal cual, que “la casa estaba… ¡perdida!”.
  • El enunciado que sigue a una interrogación o exclamación va con mayúscula inicial: ¿Lo viste? Pasó muy rápido.
  • Las preguntas y exclamaciones van con mayúscula inicial si se formulan como independientes: ¡No! ¡Es horrible! ¡Espantoso!
  • Van con minúscula inicial las preguntas y exclamaciones separadas por otros signos: ¡No!, ¡es horrible!, ¿no crees?
  • Cuando una interrogación o exclamación va seguida por puntos suspensivos, se deben escribir los tres puntos, como siempre: Bueno, ¿y?…
  • Conjunciones como y, pero y o suelen ir después del signo de interrogación o exclamación: ¿Vas a ir? ¡Pero tienes que arreglarte ya! ¿O tienes flojera?

Fuentes: 1, 4, 5, 21.

Órale con la palabrita

Órale con la palabrita

Los mexicanos tenemos un lenguaje coloquial muy extenso y entre esas palabras que nos hemos inventado tenemos el multifacético órale, que igual usamos para decir sí que para demostrar asombro o fingir que nos interesa algo cuando es al contrario.

¿Vamos al cine? ¡Órale! Tengo seis dedos en un pie. ¡Órale! Fíjate que fulanito me dijo que menganito tenía una tía que contaba que le dolía la pierna cada que llegaba la hija de la vecina con su perro bla-bla-bla… Ah, órale.

Para entender el origen de tan mexicanísima palabra, debemos entender unas cuantas cosillas, y lo primero que necesitamos saber es qué son las partículas enclíticas. (¿Qué dijo?)

Vámonos directo a los ejemplos y pongan atención a las negritas. Supongamos que yo tengo un punto de vista sobre un proyecto que encargué y quiero que se tome en cuenta, así que le digo a los encargados: tómese en cuenta.

Como ven, el se al final de la palabra tómese es el mismo se de la expresión se tome.

Y ya que así lo hicieron, los encargados escribieron su opinión al respecto en un documento, el cual quiero que me lo den para conocerlo, entonces les digo: dénmelo. Y es que dícese que se dice que sus opiniones son muy importantes.

Tanto se como me y lo, llamados pronombres, dejan de ser palabras para convertirse en partículas enclíticas en el momento en que las mandamos al final de un verbo y hacemos que se integren en el mismo vocablo.

Ahora vamos con el pronombre que nos atañe: el le. Ya sea separado de la palabra, o como partícula enclítica, siempre nos hablará de un sujeto, sea persona, animal o cosa.

Si decimos “le compré una muñeca”, el le se refiere a alguien. En la frase “dile sus verdades”, el le de dile también habla de una persona, aunque no se mencione directamente en la frase, o incluso si se menciona: “dile sus verdades a Luis”.

Sin embargo, los mexicanos le damos un uso peculiar al le como pronombre enclítico. Nos despedimos de alguien y le decimos “ándale pues”, sin que el le de ándale se refiera, por ejemplo, a una calle, que sería el sujeto.

Si alguien nos está molestando, amenazamos con un “síguele, ¿eh?”, sin que el le se refiera a algo o a alguien. Llega una visita y de inmediato soltamos un “pásale”, nuevamente sin sujeto. De pronto se hizo tarde: mejor “ya cáele”. Es demasiado tarde: “vuélale para que encuentres un taxi”.

Y no solamente lo usamos con los verbos, sino con otro tipo de palabras: újule, épale, híjole, école, y por supuesto, el órale, que no es otra cosa que la palabra ora, la cual es exactamente lo mismo que ahora, pero con las dos primeras letras comidas –a eso se le llama aféresis-, y el le que tanto nos gusta.

En principio, órale surgió como un exhorto: “Ve a comprar la leche, ¡órale!” Es decir, “ahora”. Y aunque sigue teniendo ese uso, terminó convirtiéndose en una palabra con múltiples significados, como los ya mencionados.

Tan multifacético es que también puede usarse para expresar mal gusto: órale con su falda rosa y su blusa morada; para criticar: ¡órale con su vocabulario!; dimensionar: órale con la tamaña hamburguesa que se va a comer.

O que si alguien se te va a los almohadazos: ¡Órale, órale! O que te cuentan un chisme que te deja impresionado, dices: órale. O que de pronto alguien te está ignorando y tú le reprochas: órale, ¿eh?, que conste…

Para nosotros es muy natural, y también en Centroamérica, y su uso es más que aceptado, pero la realidad es que se trata de una irregularidad en el idioma español, tanto que al le usado de esa forma se le llama pronombre dativo expresivo, espurio o superfluo.

Eso significa que el le no cumple ninguna función gramatical, como corresponde a los pronombres enclíticos.

Fuentes: 1, 3, 24, 25.