Luna llena… de curiosidades

Por Zazil-Ha Troncoso

Ah pero qué bonita es la luna, ¿a poco no? A todo el mundo le gusta, y cuando vemos que está redonda, hemos de mostrar nuestra fascinación y dedicar un rato a contemplarla embelesados.

Luna es una palabra que conservamos tal cual se decía en latín. En el primer Diccionario de la Real Academia Española, de 1734, se le definió como “el menor de los dos luminares que puso Dios en el cielo para que presidiese a la noche”.

Se le llama luminar a los astros que despiden luz, por lo que a la Luna se le llamaba el luminar menor, y al Sol, el luminar mayor, y como se puede ver, eran los tiempos en que las definiciones del Diccionario estaban muy influenciadas por la religión católica.

En la actualidad, a la Luna se le define, simplemente, como el único satélite natural que tiene la Tierra, y en ese sentido, debe escribirse con mayúscula inicial.

Por su origen, la palabra luna se relaciona con luminoso, luz, lucir y lumbre. Y de ella derivan otras como lunes, que es el día de la Luna, y lunar, por la forma de esta mancha en el cuerpo y porque se creía antiguamente que este astro, el favorito de la poesía, era culpable de su existencia.

También hablamos de alunizar cuando una nave o un hombre pisan la Luna y le decimos lunado a lo que tiene forma de media luna, mientras que en la naturaleza tenemos al pez luna, también conocido como troco, rueda, rodador o mola mola, llamado así por su impresionante parecido con el famoso luminar.

¿Y qué decimos de aquellos que andan de buenas, y de pronto se vuelven insoportables? Que son unos lunáticos, asociando su temperamento con lo cambiante de la luna.

Tan arraigada estaba la creencia de que ella era la culpable, que el mencionado primer Diccionario decía que el lunático era “el loco cuya demencia no es continua, sino por intervalos que proceden del estado en que se halla la luna”.

Y precisaba que “cuando está creciente, se ponen furiosos y destemplados, y cuando menguante, pacíficos y razonables”. Qué tal.

Otros términos relacionados con la Luna los heredamos del griego selene, de donde surgió selenio para el elemento químico, así como selenografía, parte de la astronomía que trata de la descripción de la Luna, y selenita, un supuesto habitante de nuestro satélite.

Pero vámonos mucho más atrás, a los tiempos anteriores al latín y al griego, cuando predominaba la lengua indoeuropea y a la luna se le llamaba men o mon, lo que dicho sea de paso, explica que en inglés se llame moon.

En esos tiempos, así como el sol marcaba el día, como hasta ahora, el ciclo lunar definía el mes, de ahí que en el idioma indoeuropeo, a este lapso también se le llamara men, igual que a la luna.

Siglos pasaron y del indoeuropeo surgió el griego, idioma en el que a la luna y al mes se les siguió llamando men, mientras que en latín evolucionaron a mensis (sí, ya sé lo que están pensando).

Pero usar la misma palabra para dos cosas diferentes era confuso, así que se tomó una decisión tajante: griegos y latinos rebautizaron a la reina de la noche como selene y luna, respectivamente. Ambas significan “la luminosa”.

Y dejaron men y mensis para referirse a ese lapso que hoy llamamos mes, aunque su antiguo significado de luna dejó huella en palabras como menisco (por la forma que tienen) y neomenia (luna nueva).

Pero también obtuvimos palabras como mensual, menstruación, menopausia y medida, que viene del latín mensura, puesto que el mes lunar era la principal medida de tiempo en la Antigüedad, lo que nos lleva a parientes lejanos como dimensión e inmenso.

Me despido con un detalle muy simpático: en nuestras uñas tenemos manchas que nos remiten a las tres raíces -indoeuropea, latina y griega- relacionadas con la luna.

Del griego selene viene selenosis, es decir, esas manchitas que luego nos salen en las uñas, también llamadas coloquialmente mentiras, aventuro que es palabra derivada del indoeuropeo men, mientras que del latín luna derivó lúnula, esa semiluna que tenemos en el nacimiento de las uñas.

Fuentes: 1, 5, 10, 11, 12, 18.

 

Los mocos

Pleno invierno, diferente país, otros aires y frecuentes cambios de temperatura. Una mezcla que tarde o temprano te tumbará en la cama para librar una batalla contra su más visible manifestación: los mocos.

Menos mal que nacimos en esta época y entendemos que moco es ese humor -líquido de un organismo vivo- que segregan las membranas mucosas, y especialmente el que fluye por la nariz, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia.

Pero en su primera edición, de 1734, se pensaba que el moco era un “excremento pituitoso, o superfluidad del cerebro, que sale por las ventanas de la nariz”.

En esos ayeres, excremento era cualquier materia que por “inútil y asquerosa despiden de sí los cuerpos”. Y pituitoso, lo que se parecía a la flema.

Cierto es que cuando uno anda con alergias, gripas y demás, no se puede pensar en nada, pero de ahí a que se nos seque el cerebro, por fortuna hay mucha distancia.

Fuentes: 1, 5

Palabras del náhuatl

En el Diccionario de la Real Academia Española hay más de 450 palabras que proceden del náhuatl, al que define como “lengua de la familia yutoazteca que se habla en diversas zonas de México, con muchas variantes dialectales”. También se puede escribir nahua, aunque la voz preferente es náhuatl.

Aquí te dejo una selección de palabras de origen náhuatl.

Animales: tlacuache, chapulín, tepezcuintle, nauyaca, pinacate, guajolote, quelite, tecolote, coyote, ocelote, ajolote, guachinango o huachinango, zopilote, mapache, quetzal, chachalaca, cenzontle, mayate.

Alimentos, plantas y otros: chilacayote, esquite, tatemar, jitomate, tomate, chicozapote, jocoque, quiote, mezcal, nanche, tlacoyo, memela, toloache, cuitlacoche, ahuehuete, metate, nixtamal, popote, jícama, olote, chayote, achiote, ejote, ocote, comal, huauzontle, chipilín, peyote, mezquite, capulín, mole, biznaga, tule, guamúchil, tejocote, huisache o huizache, sotol, chipotle, pinole, atole, cempasúchil, cacahuate, pulque, elote, chía, chocolate, nopal, aguacate, tamal, pozole, epazote, cacao, hule, tomate, chile, camote, zapote, chicle, chilaquiles, escamoles, tejolote, molcajete, guacamole.

Varios: tianguis, paliacate, itacate, tlapalería, chipote, pilmama, azteca, milpa, titipuchal,  piocha, ayate, escuintle o escuincle,  temascal o temazcal, teul, zacate, chichi, chamagoso, huapango,  amate, huipil, chalchihuite,  pepenar, nagual, cuate, papalote, achichincle, copal, petaca, mecate,  guaje, pisca, jícara, chichimeca, guacal o huacal, papalote, tanate, mitote, pachuco, petate, tiza, cacle, triate, tepalcate, jacal, chapopote.

El náhuatl es el idioma originario de México que más voces aportó al español, pero también tenemos algunas palabras de origen tarasco: tacuche, huarache o guarache, tambache, charal, timbiriche. Y del maya vienen las siguientes: pibil, cenote, cigarro.

Fuentes: 1, 11

Las preposiciones

Las preposiciones que tenemos en el idioma español son:

A, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, durante, en, entre, hacia, hasta, mediante, para, por, según, sin, so, sobre, tras, versus, vía.

En el caso de la preposición “cabe”, se considera en desuso, al igual que “so”, la cual sobrevive gracias a expresiones como “so pena de…” y “so pretexto de…”.

Fuente: 3

 

El lenguaje de los animales

Los verbos que se utilizan para referirse al lenguaje que usan los animales son:

  • Oveja, cabra, cordero, ciervo y gamo: balar.
  • Vaca y buey: mugir.
  • Toro: bramar.
  • Caballo: relinchar.
  • Perro: ladrar.
  • Gato: maullar.
  • León y tigre: rugir.
  • Lobo y chacal: aullar.
  • Becerro: berrear.
  • Asno: rebuznar.
  • Oso y cerdo: gruñir.
  • Jabalí: aurrar.
  • Pantera y onza: himplar.
  • Mono, conejo y liebre: chillar.
  • Serpiente: silbar.
  • Rana: croar.
  • Pájaro: gorjear.
  • Cuervo, grajo y ganso: graznar.
  • Paloma y tórtola: arrullar.
  • Pato: parpar.
  • Gallina: cacarear.
  • Gallina clueca: cloquear.
  • Gallo: cantar.
  • Pollo: piar.
  • Cigueña: crotorear.
  • Abeja: zumbar.
  • Grillo y cigarra: chirriar.
  • Elefante: barritar.
  • Paloma: zurear.

Fuente: 8

Eres un cínico, un canalla… ¡un perro!

Por Zazil-Ha Troncoso

Será el mejor amigo del hombre, pero hasta la fecha nadie sabe de dónde viene la palabra perro. Se cree que tiene que ver con su gruñido o porque se les llamaba con algo así como un “prrr”, pero solo son teorías que nunca se han podido comprobar.

Lo que sí se sabe de la palabra perro es que no viene del latín. Lo que se desconoce es si surgió en España después de que los romanos se apoderaran de ella, o si ya estaba ahí cuando llegaron, lo cual parece ser la tesis más sustentada.

Cuando el español comenzó a tomar forma, el vocablo que surgió para estos lindos animalitos fue el de can, que en la actualidad solo tiene un uso poético o como sinónimo en casos desesperados.

Can viene del latín canis, de donde deriva canalla, y del griego kynos, que dio origen a cínico, dado que ambos, se supone, se comportan como perros.

Decía Miguel de Cervantes Saavedra, en el diálogo entre perros llamado Coloquio que pasó entre Cipión y Berganza.

“¿Al murmurar llamas filosofar? ¡Así va ello! Canoniza, canoniza, Berganza, a la maldita plaga de la murmuración, y dale el nombre que quisieses, que ella dará a nosotros el de cínicos, que quiere decir perros murmuradores”.

El vocablo can le dio también su nombre a las Islas Canarias debido a que el rey de Numidia, Juba II, las visitó en el siglo I y le llamó la atención el hecho de que había muchos perros.

Así que llamó a una de ellas, en latín, Insula Canaria, es decir, Isla de los Canes. La palabra canaria está formada por can, a la que se agregó la terminación aria, una partícula que usamos para formar vocablos que indican un conjunto numeroso, como pasa con herbolaria y delfinario.

Esa isla hoy se llama Gran Canaria, y con el tiempo, el nombre que le dio Juba II quedó para todo el archipiélago: Islas Canarias. Luego resultó que en ellas también predominaba cierta clase de pajarillos muy lindos y trinadores, a los que llamaron canarios.

De can deriva también la palabra cancerbero, con la que nos referimos coloquialmente a un portero o guardia que es brusco y maleducado. Nos quejamos y decimos que parece cancerbero.

En la mitología griega, Hades, el dios del inframundo, tenía un perro de tres cabezas que le custodiaba la entrada y se llamaba Cerbero, que a su vez significaba demonio. Era, pues, el can Cerbero.

También está la palabra canijo, cuyo origen se desconoce, pero se cree que puede venir del latín canicŭla, que significa perrita, puesto que se refiere a una persona ya sea bajita o enfermiza.

En México se usa canijo para decir que alguien es un cabrón o que algo, por su complejidad, está cabrón, pero sin caer en el terreno de la grosería.

La huella dejada por can se ve también cuando nos referimos a nuestros colmillos como caninos, o cuando hablamos del canódromo, donde compiten los galgos, o cuando sacrifican a un perro con estricnina, también conocida como matacán.

En el primer diccionario de la Real Academia Española, de can se decía que era “lo mismo que perro”, y de perro, “animal doméstico y familiar, del que hay muchas especies y todos ellos ladran”.

Esa misma edición, de 1737, consignaba también acerca de perro que “metafóricamente se da este nombre por ignominia, afrenta o desprecio, especialmente a los moros y judíos”.

Y perrengue era como se decía “al negro, porque se encoleriza con facilidad, o por llamarle perro disimuladamente”.

Sí, el sentido despectivo de la palabra es bastante viejo, y bien lo explicaba Roque Barcia en su Diccionario de Sinónimos, de 1910, en el que hacía ver cómo perro se usa para despreciar e insultar.

“Así decimos: me ha hecho una perrada. Nada más extraño ni más absurdo que decir: me ha hecho una caninada… Así decimos: dientes caninos. Nada más raro que decir: dientes perrunos”.

Ahora los tiempos han cambiado y la discriminación se ha quedado atrás: ahora le decimos perro a cualquiera que se porte mal, sin importar su color de piel o religión.

Otra curiosa relación perro-hombre está en la palabra escuintle o escuincle, que viene del nahua itzcuintli, que significa “perro sin pelo”, y de ahí la asociación con los niños.

Terminemos con algo de vocabulario perruno: para expresarse, el perro da un ladrido; si se queja, es un gañido; si amenaza, un gruñido; si está triste, un aullido, y si te muerde, es una tarascada.

A un conjunto de perros se le llama perrada o perrería, y si son de caza, entonces es una jauría.

Fuentes: 1, 5, 9, 11, 13.

 

Docto, sabio y erudito

Docto, sabio y erudito tienden a manejarse como sinónimos, pero no son lo mismo.
Docto es el que sabe mucho de tanto estudiar un tema, de ahí la relación con las palabras docente, doctor, doctrina y documento.
El sabio también es muy estudioso, pero además, es observador y talentoso; es el que sabe. El erudito es el que conoce mucho de varios temas, pero sin mayor análisis.
En pocas palabras, el docto entiende un libro, el sabio lo demuestra y el erudito te dice el título, el autor y el año de la primera edición.
Y a propósito de sabios, la palabra correcta es sabiondo, pero también lo es la variante sabihondo, que es de hecho la palabra que más se usa actualmente.

Fuentes: 9, 14, 15

¿Tribal o tribual?

Aunque lo correcto es tribual, tanto se ha impuesto en el habla el uso de tribal que la Real Academia Española ahora la pone como preferente. Como sea, las dos son válidas. Tribal es lo que se relaciona con la tribu, palabra que viene del latín tribus y que significa tres, que son las partes en las que fueron divididos los ciudadanos en la antigua Roma.

Fuentes: 1, 10

Egoísta, ególatra, egocéntrico y egotista

Se parecen mucho, pero en definitiva no son lo mismo.

  • Egoísta: el que antepone su interés al ajeno, aunque perjudique a los demás.
  • Egocéntrico: el que exalta exageradamente su personalidad y la considera el centro de la atención y de toda actividad.
  • Ególatra: el que tiene un culto excesivo a sí mismo.
  • Egotista: el que tiene la manía de hablar sobre sí mismo.
  • Ego: Significa yo. Coloquialmente, es el exceso de autoestima. Científicamente, que lo explique un psicólogo.
  • Álter ego: Significa “el otro yo” y se usa para adjudicarle a una persona las características de otra.
  • Yoidad: Es la condición de ser yo.

Dice don Roque Barcia que el egoísmo es el vicio más general del hombre, y que aplicado a las dignidades y honores, se llama ambición; a todo lo que puede ser objeto de propiedad, codicia, y aplicado al dinero, avaricia.

También tenemos la palabra egoteca, y aunque no figura en ningún diccionario, se refiere a una colección, real o virtual, de todo aquello que engrandece nuestro ego, usada en particular por los autores en relación con sus obras propias y reseñas.

Fuentes: 1, 6, 9