¿De dónde vienen las ¡exclamaciones! y las interrogaciones?

¿De dónde vienen las ¡exclamaciones! y las interrogaciones?

¿Te gustan los signos de interrogación y exclamación? A mí me encantan. Es más, ¡los amo! Claro que de pronto se nos ponen dificultosos, especialmente al combinarlos con otros signos.

Relata la nueva Ortografía de la lengua española que el signo de interrogación nos lo dejaron los carolingios y solo se usaba el de cierre tanto para las frases interrogativas como para las exclamativas.

En el Tesoro de la lengua española, de 1611, no aparecía como interrogación, sino como interrogante, y su descripción se limitaba a “la señal que se pone en la escritura para que se entienda la cláusula interrogativa”.

Más tarde, en el primer Diccionario de la Real Academia Española, de 1734, dice que se pone la interrogación “al fin de la razón, no al principio”, y que el signo se forma “con una s vuelta al revés y un punto debajo en esta forma ?”.

Es hasta la edición del Diccionario de 1884 cuando se establece que es “un signo ortográfico (¿ ?) que se pone al principio y fin de la palabra o cláusula en que se hace pregunta”.

El signo de exclamación lo desarrollaron los humanistas italianos en el siglo XIV. Dicho sea de paso, ellos también son los creadores de los paréntesis y de ese signo tan difícil de entender: el punto y coma.

La exclamación llegó a los tratados de ortografía del idioma español tres siglos después, en el XVII, pero persistía la costumbre de usar la interrogación también para las frases exclamativas, así que todavía tardó un tiempo en arraigarse.

A donde sí se tardó en llegar su reconocimiento como signo fue al Diccionario de la Real Academia. Y cuando digo que se tardó, es en serio: hasta la edición 23, que saldrá en 2014, se incluye que es un signo ortográfico.

Porque, claro, exclamación ya existía desde el primer Diccionario, pero solo como “el acto de clamar y levantar la voz, prorrumpiendo en palabras y expresiones de sentimiento, pena y aflicción, u de otros afectos, dando voces para incitar y mover los ánimos”.

Claro que hay una explicación para ello, pues al signo de exclamación también se le llamaba de admiración, entendida esta palabra en 1611 como “pasmarse, y espantarse de algún efecto que ve extraordinario, cuya causa ignora”.

Es para el Diccionario de 1726 cuando se hace la primera referencia ortográfica para la palabra admiración: “se llama una nota, que en el periodo significa el efecto de la admiración, y se escribe con una i vuelta al revés: como Oh cuán bueno es Dios!”.

Y para la siguiente edición, la de 1770, además de precisar mejor la forma del signo, al que todavía llama nota, consigna que “de algún tiempo a esta parte se acostumbra poner inversa así (¡) antes de la voz en que comienza este sentido y tono, cuando los periodos son largos”.

El reconocimiento como signo doble llegó al Diccionario en 1884, para perderlo en la citada próxima edición 23, donde se oficializa que admiración deja de ser un signo ortográfico y remite a la palabra exclamación, que ya adquiere ese nuevo significado.

¿Mucho rollo? ¡Vamos al grano! Aquí les dejo todo (creo) lo que necesitan saber sobre los signos de interrogación y exclamación. Y si no, ¡pregunten!

  • A diferencia del pasado, o de otros idiomas como el inglés, los signos de interrogación y exclamación son dobles, así que se deben abrir y cerrar: ¿Entendieron? ¡Qué bueno!
  • Solo se usa un signo de cierre de interrogación o exclamación entre paréntesis cuando se quiera dar un sentido irónico, o por el estilo: Le gustan las papas con miel (?) y las palomitas. Las come por kilos y dice que se queda con hambre (!).
  • Para darle mayor fuerza a una exclamación o interrogación, se puede usar doble o triple signo, pero no más: ¿¿¿Qué te pasó???
  • Cuando una expresión es interrogativa y al mismo tiempo exclamativa, se pueden combinar los signos, siempre que se abra y se cierre con el mismo: ¡¿Qué te pasó?!
  • También se puede abrir con un signo y cerrar con otro: ¿Qué te pasó!
  • Los signos de exclamación e interrogación pueden ir junto a cualquier signo, menos el punto, puesto que lo trae incluido el signo de cierre: ¡No vino “naiden”! Ni su hermano, ¿puedes creerlo?
  • Solo si los paréntesis o las comillas encierran una frase con signos de interrogación o exclamación, debe ponerse punto: Se quedó sin trabajo (¡auch!). Dijo, tal cual, que “la casa estaba… ¡perdida!”.
  • El enunciado que sigue a una interrogación o exclamación va con mayúscula inicial: ¿Lo viste? Pasó muy rápido.
  • Las preguntas y exclamaciones van con mayúscula inicial si se formulan como independientes: ¡No! ¡Es horrible! ¡Espantoso!
  • Van con minúscula inicial las preguntas y exclamaciones separadas por otros signos: ¡No!, ¡es horrible!, ¿no crees?
  • Cuando una interrogación o exclamación va seguida por puntos suspensivos, se deben escribir los tres puntos, como siempre: Bueno, ¿y?…
  • Conjunciones como y, pero y o suelen ir después del signo de interrogación o exclamación: ¿Vas a ir? ¡Pero tienes que arreglarte ya! ¿O tienes flojera?

Fuentes: 1, 4, 5, 21.

Órale con la palabrita

Órale con la palabrita

Los mexicanos tenemos un lenguaje coloquial muy extenso y entre esas palabras que nos hemos inventado tenemos el multifacético órale, que igual usamos para decir sí que para demostrar asombro o fingir que nos interesa algo cuando es al contrario.

¿Vamos al cine? ¡Órale! Tengo seis dedos en un pie. ¡Órale! Fíjate que fulanito me dijo que menganito tenía una tía que contaba que le dolía la pierna cada que llegaba la hija de la vecina con su perro bla-bla-bla… Ah, órale.

Para entender el origen de tan mexicanísima palabra, debemos entender unas cuantas cosillas, y lo primero que necesitamos saber es qué son las partículas enclíticas. (¿Qué dijo?)

Vámonos directo a los ejemplos y pongan atención a las negritas. Supongamos que yo tengo un punto de vista sobre un proyecto que encargué y quiero que se tome en cuenta, así que le digo a los encargados: tómese en cuenta.

Como ven, el se al final de la palabra tómese es el mismo se de la expresión se tome.

Y ya que así lo hicieron, los encargados escribieron su opinión al respecto en un documento, el cual quiero que me lo den para conocerlo, entonces les digo: dénmelo. Y es que dícese que se dice que sus opiniones son muy importantes.

Tanto se como me y lo, llamados pronombres, dejan de ser palabras para convertirse en partículas enclíticas en el momento en que las mandamos al final de un verbo y hacemos que se integren en el mismo vocablo.

Ahora vamos con el pronombre que nos atañe: el le. Ya sea separado de la palabra, o como partícula enclítica, siempre nos hablará de un sujeto, sea persona, animal o cosa.

Si decimos “le compré una muñeca”, el le se refiere a alguien. En la frase “dile sus verdades”, el le de dile también habla de una persona, aunque no se mencione directamente en la frase, o incluso si se menciona: “dile sus verdades a Luis”.

Sin embargo, los mexicanos le damos un uso peculiar al le como pronombre enclítico. Nos despedimos de alguien y le decimos “ándale pues”, sin que el le de ándale se refiera, por ejemplo, a una calle, que sería el sujeto.

Si alguien nos está molestando, amenazamos con un “síguele, ¿eh?”, sin que el le se refiera a algo o a alguien. Llega una visita y de inmediato soltamos un “pásale”, nuevamente sin sujeto. De pronto se hizo tarde: mejor “ya cáele”. Es demasiado tarde: “vuélale para que encuentres un taxi”.

Y no solamente lo usamos con los verbos, sino con otro tipo de palabras: újule, épale, híjole, école, y por supuesto, el órale, que no es otra cosa que la palabra ora, la cual es exactamente lo mismo que ahora, pero con las dos primeras letras comidas –a eso se le llama aféresis-, y el le que tanto nos gusta.

En principio, órale surgió como un exhorto: “Ve a comprar la leche, ¡órale!” Es decir, “ahora”. Y aunque sigue teniendo ese uso, terminó convirtiéndose en una palabra con múltiples significados, como los ya mencionados.

Tan multifacético es que también puede usarse para expresar mal gusto: órale con su falda rosa y su blusa morada; para criticar: ¡órale con su vocabulario!; dimensionar: órale con la tamaña hamburguesa que se va a comer.

O que si alguien se te va a los almohadazos: ¡Órale, órale! O que te cuentan un chisme que te deja impresionado, dices: órale. O que de pronto alguien te está ignorando y tú le reprochas: órale, ¿eh?, que conste…

Para nosotros es muy natural, y también en Centroamérica, y su uso es más que aceptado, pero la realidad es que se trata de una irregularidad en el idioma español, tanto que al le usado de esa forma se le llama pronombre dativo expresivo, espurio o superfluo.

Eso significa que el le no cumple ninguna función gramatical, como corresponde a los pronombres enclíticos.

Fuentes: 1, 3, 24, 25.

Manías

Manías

El elemento manía, escrito al final de una palabra, significa inclinación excesiva, impulso obsesivo, hábito patológico o afición apasionada. Puede tener un grado enfermizo, o en algunos casos, ser simplemente un gusto un tanto extravagante.

La palabra manía viene del griego mania, que significa furor o locura. De ahí que maniaco (o maníaco, al gusto) sea el que tiene una manía o está loco.

Otra palabra emparentada con manía es manicomio,  que viene de manía y el también griego komein, que significa cuidar. Es decir, donde se cuida a los locos.

Eso sí, no debe confundirse la terminación manía con la terminación filia, que viene del griego filia, amistad, y significa afición o simpatía.

En el Diccionario encontramos varias clases de manías, pero no significa que no haya otras. Aquí te las comparto:

  • Dromomanía es la inclinación excesiva u obsesión patológica por trasladarse de un lugar a otro. Del griego dromos: carrera.
  • Teomanía es la manía que consiste en creerse Dios. Del griego teos: dios.
  • Dipsomanía es lo mismo que alcoholismo: abuso en el consumo de bebidas alcohólicas. Del griego dipsa: sed.
  • Erotomanía es la enajenación mental causada por el amor y caracterizada por un delirio erótico. Del griego eros: amor.
  • Empleomanía es el afán con que se codicia un empleo público remunerado.
  • Megalomanía es el delirio de grandeza. Del griego megas: grande.
  • Cleptomanía es la tendencia obsesiva a hurtar, que significa apropiarse de lo ajeno sin intimidación ni violencia. Del griego kleptein: robar.
  • Lipemanía es lo mismo que melancolía en su sentido médico: monomanía en que dominan las afecciones morales tristes. Del griego lipe: tristeza.
  • Monomanía es la obsesión por una idea determinada. Del griego mono: uno, único.
  • Grafomanía es la manía de escribir libros, artículos y demás. Del griego graphein: escribir.
  • Cocainomanía es la adicción a la cocaína.
  • Demoniomanía, de preferencia demonomanía, es la manía que padece quien se cree poseído por el demonio. Del griego daimonion: divinidad inferior.
  • Tramitomanía es el empleo exagerado de trámites. Del latín trames: camino.
  • Ninfomanía, llamado en medicina “furor uterino”, es el deseo violento e insaciable en la mujer de entregarse a la cópula. Del griego nymphe: recién casada.
  • Musicomanía, o de preferencia, melomanía, es la afición apasionada por la música. Del griego melos: canto con acompañamiento de música
  • Toxicomanía es el hábito enfermizo de intoxicarse con sustancias que procuran sensaciones agradables o quitan el dolor. Del griego toxicon: veneno.
  • Mitomanía es la tendencia enfermiza a desfigurar la realidad, engrandeciéndola, o tendencia a mitificar personas o cosas. Del griego mythos: fábula, leyenda.
  • Bibliomanía es la pasión de tener muchos libros raros o sobre un ramo en especial, más por manía que por instruirse. Del griego biblion: libro.
  • Hipomanía es la afición desmedida a los caballos. Del griego ippos: caballo.
  • Piromanía es la tendencia enfermiza a provocar incendios. Del griego piro: fuego.
  • Anglomanía es la propensión a imitar las costumbres inglesas o a emplear anglicismos. Del latín anglo: inglés.
  • Nosomanía es la creencia no justificada de que se padece una enfermedad. Del griego noso: enfermedad.

En cualquier caso, para referise a la persona que tiene alguna (o algunas, nunca se sabe) de estas manías, usamos la terminación mano: mitómano, pirómano, melómano…

Fuentes: 1, 6, 11, 17, 18, 20

Palabras desde el Olimpo

Palabras desde el Olimpo

Todos andamos muy felices y emocionados por las Olimpiadas, y así como veremos muchos clavados, nosotros haremos lo propio para conocer de dónde viene esa palabra y qué relación puede tener con algo tan distante como una pantera o la altanería.

Viajemos en el tiempo, siglos antes de Cristo, hasta el monte Olimpo, el más alto de Grecia, donde se supone que moraba la crema y nata de los dioses de la antigüedad, encabezados por Zeus.

Olimpo viene del griego hololampos, constituido por holos, que significa todo o entero, y lampo, traducido como lucir, brillar, resplandecer. O sea que el Olimpo es: todo brillante, todo luminoso.

Del viejo lampó llegaron a nosotros palabras como lámpara, que alumbra; relámpago, que resplandece, y de acuerdo con una vieja tesis, lampiño, porque la falta de pelo hace que la piel luzca.

Volvamos al Olimpo y a la cercana ciudad de Olimpia, cuya enorme vocación religiosa llevó a que el 19 de julio del 776 a.C. se instauraran juegos deportivos en honor a los dioses que vivían en el Olimpo, llamados por esa razón Juegos Olímpicos.

Eso de llamarles Olimpiadas ya fue cosa nuestra. Para los antiguos griegos, una olimpiada era una medida de tiempo equivalente a cuatro años, que además de determinar la realización de los Juegos Olímpicos, se usaba para todo en general, hasta para la edad.

Olimpiada se formó a partir de Olimpia y la terminación ada, que entre otras funciones tiene la de crear una idea de duración, como sucede en palabras como temporada, jornada, tardeada y otoñada.

También llamada tetraeteris griega, la olimpiada como medida de tiempo se usó por casi 11 siglos, y la manera de expresarla era: el año primero (o segundo, o tercero, o cuarto) de la olimpiada tal.

En pocas palabras, los Juegos Olímpicos se hacían en honor de los dioses del Olimpo y se realizaban en Olimpia cada olimpiada.

Cuando nosotros resucitamos esa práctica, hace poco más de un siglo, nos dio por llamarles Olimpiada, e influidos por el plural de Juegos Olímpicos, también les decimos Olimpiadas.

Sea en plural o en singular, es igual de válido, e incluso si lleva o no un acento que la Real Academia Española le ha puesto y quitado infinidad de veces en las ediciones del Diccionario, hasta que se zafó de problemas para dejarlo en “olimpiada u olimpíada”. Y todos felices.

Pero eso sí, que quede claro: los juegos no eran para todos los dioses, sino nada más para los olímpicos, es decir, los que vivían en el Olimpo, que eran Zeus y sus más allegados, como Poseidón, Afrodita, Apolo y Atenea.

Si en una expresión queremos abarcar a todos los dioses, entonces debemos referirnos al panteón griego, derivado de pan, todos, y theos, dioses, del mismo modo que panacea es lo que cura todo; panorama, la vista de todo, y pantera, toda fiera.

Bueno, y a todo esto, cuando alguien nos ignora olímpicamente, ¿qué significa? Facilito: el Olimpo es el lugar más alto de Grecia, literal y figuradamente, de ahí que se use esa comparación para referirnos a una actitud altiva o altanera.

Es por eso que olímpicamente suele usarse con verbos que expresan indiferencia y que una de las acepciones de olímpico sea “altanero, soberbio”.

Y de superreciente creación tenemos olimpiceno, una molécula que científicos de Inglaterra y Suiza lograron sintetizaron y fotografiar, y que está formada por cinco anillos, por lo que decidieron ponerle ese nombre en honor de los Juegos Olímpicos Londres 2012.

Terminemos con la palabra estadio, derivada de una carrera olímpica de 183 metros que los griegos llamaban stadion, y con gimnasta, derivada de gymnos, y que significa desnudo, ya que los atletas usaban poca ropa con el fin de tener mayor libertad de movimiento.

Fuentes: 1, 2, 5, 6, 10, 11, 18.

Hacer la barba

Si eres de los que anda revoloteándole al jefe, sirviéndole cafecito y diciéndole lo bien que luce todo el tiempo, seguro no te escaparás de la crítica de tus compañeros, quienes no tendrán empacho en decirte que ya dejes de hacerle la barba o que no seas tan barbero. “Hacer la barba” es lo mismo que afeitar o arreglar la barba, y el hecho de que usemos esa frase coloquial para decir que se está adulando o tratando de complacer a alguien por puro interés, se entiende por sí solo con este antiquísimo refrán español: “háceme la barba y hacerte he el copete”.