Luna llena… de curiosidades

Por Zazil-Ha Troncoso

Ah pero qué bonita es la luna, ¿a poco no? A todo el mundo le gusta, y cuando vemos que está redonda, hemos de mostrar nuestra fascinación y dedicar un rato a contemplarla embelesados.

Luna es una palabra que conservamos tal cual se decía en latín. En el primer Diccionario de la Real Academia Española, de 1734, se le definió como “el menor de los dos luminares que puso Dios en el cielo para que presidiese a la noche”.

Se le llama luminar a los astros que despiden luz, por lo que a la Luna se le llamaba el luminar menor, y al Sol, el luminar mayor, y como se puede ver, eran los tiempos en que las definiciones del Diccionario estaban muy influenciadas por la religión católica.

En la actualidad, a la Luna se le define, simplemente, como el único satélite natural que tiene la Tierra, y en ese sentido, debe escribirse con mayúscula inicial.

Por su origen, la palabra luna se relaciona con luminoso, luz, lucir y lumbre. Y de ella derivan otras como lunes, que es el día de la Luna, y lunar, por la forma de esta mancha en el cuerpo y porque se creía antiguamente que este astro, el favorito de la poesía, era culpable de su existencia.

También hablamos de alunizar cuando una nave o un hombre pisan la Luna y le decimos lunado a lo que tiene forma de media luna, mientras que en la naturaleza tenemos al pez luna, también conocido como troco, rueda, rodador o mola mola, llamado así por su impresionante parecido con el famoso luminar.

¿Y qué decimos de aquellos que andan de buenas, y de pronto se vuelven insoportables? Que son unos lunáticos, asociando su temperamento con lo cambiante de la luna.

Tan arraigada estaba la creencia de que ella era la culpable, que el mencionado primer Diccionario decía que el lunático era “el loco cuya demencia no es continua, sino por intervalos que proceden del estado en que se halla la luna”.

Y precisaba que “cuando está creciente, se ponen furiosos y destemplados, y cuando menguante, pacíficos y razonables”. Qué tal.

Otros términos relacionados con la Luna los heredamos del griego selene, de donde surgió selenio para el elemento químico, así como selenografía, parte de la astronomía que trata de la descripción de la Luna, y selenita, un supuesto habitante de nuestro satélite.

Pero vámonos mucho más atrás, a los tiempos anteriores al latín y al griego, cuando predominaba la lengua indoeuropea y a la luna se le llamaba men o mon, lo que dicho sea de paso, explica que en inglés se llame moon.

En esos tiempos, así como el sol marcaba el día, como hasta ahora, el ciclo lunar definía el mes, de ahí que en el idioma indoeuropeo, a este lapso también se le llamara men, igual que a la luna.

Siglos pasaron y del indoeuropeo surgió el griego, idioma en el que a la luna y al mes se les siguió llamando men, mientras que en latín evolucionaron a mensis (sí, ya sé lo que están pensando).

Pero usar la misma palabra para dos cosas diferentes era confuso, así que se tomó una decisión tajante: griegos y latinos rebautizaron a la reina de la noche como selene y luna, respectivamente. Ambas significan “la luminosa”.

Y dejaron men y mensis para referirse a ese lapso que hoy llamamos mes, aunque su antiguo significado de luna dejó huella en palabras como menisco (por la forma que tienen) y neomenia (luna nueva).

Pero también obtuvimos palabras como mensual, menstruación, menopausia y medida, que viene del latín mensura, puesto que el mes lunar era la principal medida de tiempo en la Antigüedad, lo que nos lleva a parientes lejanos como dimensión e inmenso.

Me despido con un detalle muy simpático: en nuestras uñas tenemos manchas que nos remiten a las tres raíces -indoeuropea, latina y griega- relacionadas con la luna.

Del griego selene viene selenosis, es decir, esas manchitas que luego nos salen en las uñas, también llamadas coloquialmente mentiras, aventuro que es palabra derivada del indoeuropeo men, mientras que del latín luna derivó lúnula, esa semiluna que tenemos en el nacimiento de las uñas.

Fuentes: 1, 5, 10, 11, 12, 18.

 

Eres un cínico, un canalla… ¡un perro!

Por Zazil-Ha Troncoso

Será el mejor amigo del hombre, pero hasta la fecha nadie sabe de dónde viene la palabra perro. Se cree que tiene que ver con su gruñido o porque se les llamaba con algo así como un “prrr”, pero solo son teorías que nunca se han podido comprobar.

Lo que sí se sabe de la palabra perro es que no viene del latín. Lo que se desconoce es si surgió en España después de que los romanos se apoderaran de ella, o si ya estaba ahí cuando llegaron, lo cual parece ser la tesis más sustentada.

Cuando el español comenzó a tomar forma, el vocablo que surgió para estos lindos animalitos fue el de can, que en la actualidad solo tiene un uso poético o como sinónimo en casos desesperados.

Can viene del latín canis, de donde deriva canalla, y del griego kynos, que dio origen a cínico, dado que ambos, se supone, se comportan como perros.

Decía Miguel de Cervantes Saavedra, en el diálogo entre perros llamado Coloquio que pasó entre Cipión y Berganza.

“¿Al murmurar llamas filosofar? ¡Así va ello! Canoniza, canoniza, Berganza, a la maldita plaga de la murmuración, y dale el nombre que quisieses, que ella dará a nosotros el de cínicos, que quiere decir perros murmuradores”.

El vocablo can le dio también su nombre a las Islas Canarias debido a que el rey de Numidia, Juba II, las visitó en el siglo I y le llamó la atención el hecho de que había muchos perros.

Así que llamó a una de ellas, en latín, Insula Canaria, es decir, Isla de los Canes. La palabra canaria está formada por can, a la que se agregó la terminación aria, una partícula que usamos para formar vocablos que indican un conjunto numeroso, como pasa con herbolaria y delfinario.

Esa isla hoy se llama Gran Canaria, y con el tiempo, el nombre que le dio Juba II quedó para todo el archipiélago: Islas Canarias. Luego resultó que en ellas también predominaba cierta clase de pajarillos muy lindos y trinadores, a los que llamaron canarios.

De can deriva también la palabra cancerbero, con la que nos referimos coloquialmente a un portero o guardia que es brusco y maleducado. Nos quejamos y decimos que parece cancerbero.

En la mitología griega, Hades, el dios del inframundo, tenía un perro de tres cabezas que le custodiaba la entrada y se llamaba Cerbero, que a su vez significaba demonio. Era, pues, el can Cerbero.

También está la palabra canijo, cuyo origen se desconoce, pero se cree que puede venir del latín canicŭla, que significa perrita, puesto que se refiere a una persona ya sea bajita o enfermiza.

En México se usa canijo para decir que alguien es un cabrón o que algo, por su complejidad, está cabrón, pero sin caer en el terreno de la grosería.

La huella dejada por can se ve también cuando nos referimos a nuestros colmillos como caninos, o cuando hablamos del canódromo, donde compiten los galgos, o cuando sacrifican a un perro con estricnina, también conocida como matacán.

En el primer diccionario de la Real Academia Española, de can se decía que era “lo mismo que perro”, y de perro, “animal doméstico y familiar, del que hay muchas especies y todos ellos ladran”.

Esa misma edición, de 1737, consignaba también acerca de perro que “metafóricamente se da este nombre por ignominia, afrenta o desprecio, especialmente a los moros y judíos”.

Y perrengue era como se decía “al negro, porque se encoleriza con facilidad, o por llamarle perro disimuladamente”.

Sí, el sentido despectivo de la palabra es bastante viejo, y bien lo explicaba Roque Barcia en su Diccionario de Sinónimos, de 1910, en el que hacía ver cómo perro se usa para despreciar e insultar.

“Así decimos: me ha hecho una perrada. Nada más extraño ni más absurdo que decir: me ha hecho una caninada… Así decimos: dientes caninos. Nada más raro que decir: dientes perrunos”.

Ahora los tiempos han cambiado y la discriminación se ha quedado atrás: ahora le decimos perro a cualquiera que se porte mal, sin importar su color de piel o religión.

Otra curiosa relación perro-hombre está en la palabra escuintle o escuincle, que viene del nahua itzcuintli, que significa “perro sin pelo”, y de ahí la asociación con los niños.

Terminemos con algo de vocabulario perruno: para expresarse, el perro da un ladrido; si se queja, es un gañido; si amenaza, un gruñido; si está triste, un aullido, y si te muerde, es una tarascada.

A un conjunto de perros se le llama perrada o perrería, y si son de caza, entonces es una jauría.

Fuentes: 1, 5, 9, 11, 13.

 

De cuando decir “a” era cosa de hombres

Por Zazil-Ha Troncoso

Cuando en las primeras incursiones escolares nos pusieron a hacer palitos y bolitas, todo iba conducido a enseñarnos la primera letra del abecedario, la a, primera además en todos los alfabetos, y la primera que somos capaces de pronunciar.

Su nombre es corto: a, a secas, como en el italiano y el francés, y a diferencia, por ejemplo, del griego alpha o del hebreo aleph. Su plural es aes.

La a es la más abierta de las vocales, porque para pronunciarla basta con abrir la boca y emitir un sonido, sin que la lengua toque ni el paladar, ni los labios, ni los dientes. Con ninguna otra letra la abrimos tanto. No por nada, cuando vamos al doctor nos pide que digamos a para poder hacer lo suyo.

¿Por qué es la primera del alfabeto? El Diccionario de 1726 lo explicaba así: “porque es la que la naturaleza enseña al hombre desde el punto del nacer para denotar el llanto, que es la primera señal que da de haber nacido”.

Y así como era la primera letra del primer diccionario, también fue la primera expresión del histórico machismo y catolicismo que tanto se ha reprochado a la Real Academia Española, fama que persiste con sobrados motivos, aunque eso sí, muchos menos que antes.

El caso es que acotaba esa primera edición del Diccionario: “aunque también la pronuncia la hembra, no es con la claridad que el varón, y su sonido (como lo acredita la experiencia) tira más a la e, que a la a, en que parece dan a entender que entran en el mundo como lamentándose de sus primeros padres Adán y Eva”.

Y miren qué cosas, casi tres siglos después, a la Academia no se le ha quitado la costumbre de referirse a las mujeres como hembras, pues a la fecha, padre es el varón o macho que ha engendrado, y madre, la hembra que ha parido. O sea cómo.

Volviendo al tema, citaba el añejo Diccionario que la a es tan propia en el sujeto, que aunque naciera mudo siempre la pronunciaba, de lo que se infería que “la letra a es la más simple y fácil de las vocales, llamadas así porque solas y sin ayuda de otra letra, hacen sonido perfecto”.

Valga la oportunidad para explicar que la palabra vocal viene de voz, lo que nos lleva a entender por qué las otras letras se llaman consonantes: porque necesitan de una vocal para poder ser pronunciadas.

El prefijo con significa reunión, cooperación o agregación. Dicho de otro modo, las vocales serían las “sonantes”, y las consonantes, las que necesitan de cooperación para sonar. En este caso, de una vocal.

La a, como sabemos, también es una preposición, lo que en el citado Diccionario se refería como “otros usos”, y es ni más ni menos que la séptima palabra más usada en nuestro idioma, de acuerdo con el Corpus de Referencia del Español Actual.

Entre esos usos, el Diccionario se refería a uno equivocado y en el que frecuentemente incurrían autores de la época: el de utilizar a en lugar de ha, la conjugación del verbo haber. “No hay motivo para semejante uso, porque en todos tiempos se debe escribir con h”, refería.

Así que, como ves, la batalladera con la ortografía ha sido cuento de toda la vida, y sobre este caso en particular, seguro ya te vino a la cabeza esa doble aberración de nuestros tiempos, consistente en escribir a ver en lugar de haber.

Otro uso interesante de la a hace tres siglos consistía en formar verbos: de boca, abocar; de carro, acarrear; de garra, agarrar; de breve, abreviar; de delante, adelantar.

Y así como se la ponían a unas palabras, a otras se las quitaban. En esa época se consignaban los casos de aderogar, que quedó en derogar; abajar, en bajar; amatar, en matar; atal, en tal.

Una última curiosidad sobre la a en ese Diccionario: “Entre los romanos la letra a era de salud y alegre, porque denotaba absolución, como por el contrario la c era de tristeza porque decía condenación”.

Casi dos páginas dedicaba esa primera edición del Diccionario a la letra a, que se redujeron a poco más de una en la segunda edición, en 1770, casi medio siglo después, donde se enfocaban más a su uso como preposición y se eliminaba la supremacía del varón sobre la “hembra” en su pronunciación.

Concluyo con lo que en ese mismo año se publicó acerca de esta letra en el Defensorio de la lengua castellana, y verdadera ortografía contra los padrastros, bastardos y superfluidades de ella:

“La a tiene el primer asiento como princesa de las demás letras. Nace su nombre dentro del pecho, que no es otra cosa que un aliento arrojado del pecho, y abriendo la boca al mismo tiempo, sale afuera su voz así, a”.

Fuentes: 1, 3, 5, 14.

 

En un lugar muy lejano había un pueblo llamado…

Por Zazil-Ha Troncoso

Salsipuedes, El Chongo Morado, La Chiripa, El Varo, La Longaniza, La Conformidad, El Chicle, La Parida, Los Apuros, Casi el Paraíso… En materia de nombres de pueblos no hay limitaciones, como bien ilustra esta pequeña muestra de localidades del estado de Zacatecas, en México.

Los nombres de un lugar, llamados topónimos, tienen infinidad de orígenes, y en este caso, a falta de certeza, solo podemos aventurarnos a imaginar qué situación llevó a que, por ejemplo, un pueblo del municipio de Valparaíso terminara llamándose La Turista.

En un análisis de los nombres de las 4,672 localidades de Zacatecas, podemos ver que muchísimos incluyen características geográficas: arroyo (seco, gordo, del muerto…), agua (blanca, prieta, fría…), mesa, charco, loma, tierra, rancho, pila, salto, noria, ojo de agua.

También hay referencias a ubicaciones muy locales al incorporarles “de arriba”, “de enmedio”, “de abajo”, o las creadas por el hombre, como cruce, curva, entronque, paso… O las que hablan de una gran devoción que se expresa en nombres de infinidad de santos, vírgenes y hasta el mismísimo Nombre de Dios.

Pero hay otras verdaderamente peculiares, como es el caso de Motor Amarillo, Viga Quemada, La Puerta de la Petaca, Sábana Grande o Los Tres Arbolitos, una gran referencia considerando que este pueblo se ubica en el municipio de Pinos, en pleno semidesierto.

Otros topónimos de Zacatecas terminan teniendo un divertido doble sentido, como Purísima de Abajo, la Tetarrona, La Congoja de Abajo y El Palito de la Virgen. Y por supuesto, hay muchos nombres de animales, de árboles, de plantas. También los hay exóticos: Francia, La Habana y Antártida Chilena.

Unos más aluden a profesiones, como El Carnicero y El Zapatero. Otros, a posibles condiciones de sus habitantes, como podría pensarse de Los Finos o Los Guapos. También hay nacionalidades, como El Chino, El Gringo, y hasta un despectivo El Gachupín.

Para mí, el que se lleva las palmas es La Y Griega, en el municipio de Sain Alto. Pero es cuestión de gustos, así que les dejo esta selección de nombres peculiares de localidades con el municipio al que pertenecen. Que los disfruten.

Calera: Las Amarradas, La Espía, Nombre de Dios.

Chalchihuites: Agua de la Vieja, Chupaderos, Las Culecas, El Ermitaño, Rancho del Cura.

Concepción del Oro: La Punta de la Cuchilla, El Milagro Apache.

Cuauhtémoc:  La Congoja de Abajo (y de Arriba), Los Gallegos.

Fresnillo: El Ahijadero, El Amores, Los Apuros, El Atorón, La Cabañita Azul, Cancún, Chiquiponky, Colonia El Obligado, Huerta La Suprema Corte, El Jocoque, Pozo Los Fracasados, La Chicharrona, El Sacrificio, San Martín de los Pajaritos, La Viuda.

Genaro Codina: Ojo Seco, Santa Cruz de Piedras Cargadas.

Francisco R. Murguía: El Cerro de la Señora Bernarda, El Chicle, San José de la Camisa, San Juan de Ahorcados.

Pánfilo Natera: El Cabezón, La Habana, Rancho La Contrahierba.

Guadalupe: La Cocinera, Rancho Las Chamarras, El Tatantón.

Huanusco: Descargadero, Mexiquito, Las Nicolasas, El Remudadero de Abajo, Rancho El Pobre, El Suspiro.

Jalpa: El Fanfarrón, Maña, El Molcajete, El Palito de la Virgen, La Piedra Parada, Casi El Paraíso, Las Tareas.

Jerez: La Aguanosa, Casa de Tío Díaz, El Chilaquil, La Cohetería, Encino Mocho, El Manicomio, Los Manueles, Puerta de Coche, La Última Lucha.

Jiménez del Teul: El Hule, Juan Pobre, La Mota, El Obispo.

Juan Aldama: Ranchito Triste.

Juchipila: Guadalajarita, El Paisano, Pueblo Viejo.

Loreto: Motor Amarillo.

Mazapil: Agua de Cuca, El Chiquero, El Muerto, El Dormido, El Gringo, La Mejorada, Palo Gacho, El Quemado, Sábana Grande, El Viborón, El Zancudo, La Zorra.

Melchor Ocampo: La Crucita, La Maroma, El Pachango.

Mezquital del Oro: Agua Caliente, Agua Tibia, El Catrín, La Conformidad, El Susto, La Uva.

Miguel Auza: Botas, Delicias de López Velarde.

Mómax: La Manchada, El Rebaje.

Monte Escobedo: La Ceja de Jesús María, Francia, La Longaniza, La Masita, El Pocito, El Infiernillo, El Buen Retiro, El Gato, La Tetarrona, El Varo.

Moyagua: Las Azoteas, La Bolsa, El Comité, Las Paredes.

Nochistlán: El Chocolate, La Cuartilla, Malpaso, Palo Redondo, El Peine, Los Polvosos, Los Pulidos.

Noria de Ángeles: Antártida Chilena, La Larga.

Ojocaliente: Lluvia de Estrellas, Plan de la Rata.

Pánuco: El Desparramadero, El Gachupín, Las Goteras.

Pinos: Agua Señora, El Amorocito, Charco El Perro, El Chino, La Chiquilla, La Congoja, El Cuartito, Los Cuates, La Espía, El Garabatillo, El Golpe, La Mulita, Las Pollas, La Puerta de la Petaca, Purísima de Abajo, Sam-El-As, Los Tres Arbolitos, Viento Libre, El Zapatero.

Río Grande: Tetillas.

Sain Alto: El Capadero, Las Bolitas, Rancho Redondo, La Y Griega.

Sombrerete: Caldo Gordo, Rancho Cercadito, El Capricho, El Escritorio, La Güera, Miguel Chiquito.

Tabasco: El Sabino Caído.

Tepechitlán: Goteras, El Guitarrero.

Tepetongo: El Cuidado, El Maresito.

Teul de González Ortega: La Loma del Nene.

Tlaltenango: Charco Redondo, El Cuate, Los Guapos, Los Planes, Ponteduro, El Trozo.

Trancoso: Pozo del Coco, La Chiripa.

Trinidad García de la Cadena: El Chongo Morado, Espinazo del Diablo, El Tambor, La Tetilla, Las Vueltas.

Valparaíso: El Alambre, Los Baños, El Chacuaco, El Chorro, Los Finos, Infiernillo, Mala Noche, La Parida, El Resbalón, Salsipuedes, La Turista, El Ventarrón, Viga Quemada.

Vetagrande: El Llano de las Vírgenes.

Villa de Cos: El Abandonado, La Abundancia, El Chubasco, El Garabato, La Miseria, El Olvido, Rancho El Infierno, Rancho La Paciencia, Reyno Unido, El Terremoto.

Villa García: El Bautismo, El Preciado, La Tacha, Tierritas Blancas.

Villa Hidalgo: Los Tres Cerritos.

Villanueva: El Carcelero, La Joya de Abajo, Malpaso.

Fuente: Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México.

La madre, una palabrota en la jerga de los mexicanos

Por Zazil-Ha Troncoso

Más allá de la veneración, con todas sus aristas, que la figura materna despierta en los mexicanos, la palabra madre es sin duda uno de los principales elementos del lenguaje coloquial de ese bello y jocoso país.

Madre y sus derivados pueden significar cantidad, importancia, calidad moral, estado físico, sabor…

Así, cuando alguien gana un salario bajo, gana una madre. Y si tiene muy poco de algo, digamos, de aceite en la cocina, nada más le queda una madre, y si es muy poquito, una minimadre o una madrecita, y si es nada, no le queda ni madres. Pero si es mucho, es un putamadral.

Que es un patán, tiene poca madre, y si es peor, no tiene madre. Sí, puras malas palabras, y sin sustituto que tenga la misma fuerza expresiva, tiene su eufemismo: qué poca abuela.

Y si es todavía peor, podría ser un hijo de puta, pero no, es un hijo de su puta madre, para que quede claro. Si llegas al punto en que lo detestas, te caga la madre. Por el contrario, si es buena onda, es a toda madre.

Una buena película también puede estar a toda madre, o bien, poca madre, o cortito, está de poca. O está con madres. O no tiene madre, algo así como que no tiene comparación.

También está el hijo de tu madre, un recurso amable para quienes no gustan de que los manden a lavarse la boca con jabón.

Puede usarse para bien o para mal, o como una simple expresión. Que hizo el trabajo rápido: ¡hijo de su madre! Que se portó mal: ¡hijo de su madre! Que ya me voy: a dónde vas, hija de tu madre.

O está esa situación en la que algo te importa un comino, un rábano o un pepino, sean reverendos o no, pero al mexicano, ¡le vale madre! Y si la situación es permanente, entonces practica el valemadrismo. ¿Algo se arruinó? Simplemente valió madre. O quedó pa’la madre.

¿Para qué sirve? Pa’pura madre, es decir, para nada. O sirve para dos cosas: pa’pura madre y pa’pura chingada.

¿Que quieres que me levante a las 6 de la mañana a sacar la basura? No, ni madres. O sea, ni loca. A menos de que me dieras algo a cambio, pero seguro me darás pura madre. O sea, nada.

Ya corrieron a alguien del trabajo, le dieron en la madre, o sea, lo arruinaron, al menos por un buen rato. Se cayó y se lastimó muy feo: se dio en la madre. Le dije sus verdades, le di en toda su madre.

Que lo golpearon: le dieron en su madre. O simplemente, se lo madrearon. Es decir, le pusieron una madriza. Eso significa que le rompieron la madre. O poniéndole drama: le rompieron todo lo que se llama madre.

Luego llega alguien y te dice que un amigo chocó y exclamas ¡madre mía!, en tono semejante al ¡Jesús, María y José! Y fíjate que además va a tener que pagarle al otro tipo… ¡en la madre! Algo así como ¡qué mal!

El antro está muy lejos, o sea, está hasta la madre. Si llegas por fin y encuentras que no cabe ni un alma, está hasta la madre. Que ya tu amigo se puso borracho, está hasta la madre. ¿Por qué se emborracha? Porque está harto de todo, es decir, está hasta la madre.

Que va muy rápido, va a madres. Que dura poco: no dura ni una madre. Que sabe feo: sabe a madres. Que huele feo: huele a madres. O apesta: apesta a madres. Que decía muchas groserías: estaba echando madres.

Y bueno, qué se puede decir de la madre de todos los insultos: el chinga tu madre. El conchetumadre de los chilenos.

A final de cuentas, cualquier cosa puede ser una madre: pásame esa madre que está arriba de la mesa, no le entiendo a esta madre, me gusta esta madre, dónde consigo esa madre, cuánto cuesta esa madre.

También está el desmadre, oh sí. Ese cuarto desordenado está hecho un desmadre. No lo limpia porque se la pasa con los amigos: anda en el desmadre. Rebelde, le gritoneó a las padres: les hizo un desmadre.

O que ya rompió algo, lo desmadró. Dicho de otro modo, quedó desmadrado. O bien, le dio en la madre.

Y qué tal cuando se usa madre para reforzar una pregunta, sin que signifique nada más que una señal de enojo, de preocupación, de desesperación: dónde madres andabas, por qué madres llegaste tan tarde, quién madres te dio permiso, qué madres estabas haciendo.

Termino tanta madre con esta joya: los mexicanos somos muy dados a decir ultimadamente, como quien dice en última instancia, pero si se le quiere poner énfasis, entonces saldra un complejo ultimadamadremente. Pero bueno, ultimadamadremente, así es la cosa.

De ahí pasamos directamente a la palabra mamar que da el omnipresente y multifacético no mames de los mexicanos. Que tengo hambre: ¿a esta hora?, ¡no mames! Que se murió: ¡ah no mames!

Contó un mal chiste: ay no mames. Molesta todo el día: no deja de estar mamando. Está muy rico este platillo: está de no mames.

Y por supuesto, tambien aquí hay un eufemismo: no manches. Más expresivo: no manches tu vida.

Decir algo sin sentido es decir una mamada. Dejar a alguien plantado es hacerle una mamada. O que llegó tarde: tenía que salir con su mamada. Es que me demoré en salir porque tenía frío: inventa otra mamada. La película estuvo muy mala: era una mamada.

Pasamos a uno de los chistes preferidos de los mexicanos para el presidente en turno: “Le dicen el espermatozoide. Por qué. Porque si no sale con una mamada, sale con una jalada”.

Se trata de un juego de palabras en donde mamada y jalada son, en un sentido, payasadas, pero en otro, una alusión directa al sexo oral (que en realidad es bucal, ash) y a la masturbación.

Ahora vamos con otra palabra estrella de la jerga mexicana, también muy maternal: el mamón. Es decir, ese tipo que tiene una actitud que lo vuelve insoportable, o simplemente se cree mucho.

Tal vez no lo es: tal vez solo anda en plan mamón. O anda de mal genio y no le quiere hablar a nadie, o sea, anda de mamón. O es selectivo y trata bien a unos cuantos, pero con los demás es bien mamón.

Que no quieres ensuciarte la boca con la grosería, pues en lugar de decir que es bien mamón dices que es bien mamila. O muy indirectamente, aunque en México todos lo entienden: quema mucho el sol.

Cerramos con la madre de todas las ironías: en el otro extremo, la palabra padre. Si está bonito, está padre. Vamos de paseo: ¡qué padre! Disfrutaron? La pasaron padre. ¿Qué se podría decir de este artículo? ¡Que está con madres!

 

¿De dónde salió aquello de “n, s o vocal”?

Por Zazil-Ha Troncoso

¿De dónde salió aquello de “las que terminan en n, s o vocal” como criterio básico en la acentuación de las palabras?

Para poder explicar por qué se aplica esa pauta que a manera de tonada nos inculcan desde pequeños en la escuela, antes debemos entender varios aspectos relacionados con la acentuación, partiendo de que si digo acento será para referirme al hablado, y tilde para aludir al escrito (´).

Lo primero es que si bien la mayoría de las palabras tienen una sílaba que destaca en su pronunciación, hay algunas que son átonas, es decir, sin acento, como las preposiciones -excepto según-, los artículos y los pronombres, de lo cual es posible percatarse si los juntamos con otras palabras.

Pongamos el caso de la preposición desde, donde claramente ubicamos que la sílaba tónica es la primera: DESde.  Pero al ligarla con otra palabra, pierde el acento. Prueba leyendo en voz alta: desdepeQUEña

Agreguemos un pronombre: desdepeQUEñamegusTAba. Y ahora, un artículo: desdepeQUEñamegusTAbalaCAsa. Como puedes apreciar, ni la preposición desde, ni el pronombre me ni el artículo la son tónicos.

Lo segundo es que el acento es relativo, como pasa con la palabra MIENtras, que pierde lo tónica en la frase mientrasTANto. O esta el caso de MaRÍa, con su acento muy marcado en la i, pero muy debilitado  si va seguido de otro nombre: MaríadoLOres.

Precisados ambos puntos, ya podemos decir que la función de la tilde no es distinguir entre palabras átonas y tónicas, puesto que si así fuera, entonces pequeña, gustaba y casa lo llevarían, al igual que mientras, tanto y Dolores, pero no es así.

Entonces, ¿por qué no llevan tilde si son tónicas? Simple: porque las reglas que nos dicen cuáles palabras deben llevarla aplican el llamado principio de economía, es decir, están estructuradas de modo que se tilde el menor número posible de vocablos.

De acuerdo con la Ortografía de la lengua española, para el siglo 18, después de que fuera casi inexistente, el uso de la tilde como indicador de la sílaba tónica se había vuelto una práctica generalizada.

La situación obligó a que interviniera la Real Academia Española y estableciera reglas para que la tilde se ajustara a dicho principio y no degenerara en una tildadera sin ton ni son.

Si queremos entender qué es el principio de economía aplicado a la tilde, es preciso saber que la mayor parte de las palabras del idioma español son graves, en mucho menor medida, agudas, y muy pocas son esdrújulas.

Empecemos con las más abundantes: las graves. Dentro de este grupo de palabras, que se acentúan en la penúltima sílaba, la mayoría terminan en n, s o vocal, entonces, para evitar tantas tildes, la Academia estableció que solo la llevaran las que se salían de esa pauta, es decir, las que no tienen esas letras al final.

De ótro módo, múchas palábras llevarían tíldes y entónces la lectúra se haría muy pesáda al saturárse los ójos con tánta rayíta, y no digámos lo terríble que sería la escritúra para tódos nosótros, ¿compréndes?

Y pasó a la inversa con las agudas, que se acentúan en la última sílaba y la mayoría terminan en letras diferentes a n, s o vocal, por lo cual se determinó tildar justamente las que terminaran en esas letras.

Si no, la verdád es que escribír, al iguál que leér, no sería un placér, sino una contrariedád por no podér parár de tildár. Sin dudár, sería fatál. ¿Te creerías capáz?

Respecto a las esdrújulas y sobresdrújulas, son tan pocas que se decidió que todas llevaran acento sin importar en qué letra terminen.

Y en cuanto a las palabras de una sílaba, se optó por no tildarlas en primera porque son muchas, y en segunda, porque sería obvio dónde quedaría la tilde, y por tanto, el acento, de ahí que solo se aplica en algunos casos con función diacrítica.

En conclusión, las reglas de acentuación permiten saber cómo se pronuncia una palabra desconocida, ya sea porque lleve tilde, o porque no la lleve y según su terminación podamos deducir qué sílaba es la tónica.

¿Difícil de entender? También es difícil de explicar, pero confío en haberlo conseguido.

Fuente: 4.